06/05/2018
Hace unas semanas estaba en la oficina de un cliente. Tenía la misión de que debatir o negociar con un directivo de la casa, un tipo que a priori no tenía buena disposición a colaborar desde su reinito corporativo en lo que “el proyecto” requería de su ámbito de gestión-poder-influencia. Conviene recordar que “el proyecto”, esto es, aquello que intentábamos sacar adelante mi cliente y yo, era un proyecto de la empresa, no una embajada particular o personal de un individuo concreto; no un interés personal sino común y -en principio- compartido. Conviene recordar también que, en estas situaciones, el asesor externo (a la sazón, yo misma), persigue un objetivo que es aquél para el que ha sido contratado; es decir, que no está una dando una batalla personal ni peleando por tener la razón. En aquella reunión, expusimos con concreción las actuaciones específicas que se requerían de su área para avanzar en el proyecto, qué acciones, qué decisiones debían implementarse en su pequeño feudo para poder avanzar en el proyecto, y eventualmente, cumplir el mandato de la dirección, y, más específicamente, del propietario de la empresa. Había una lista de ocho acciones, del tipo: mandar una comunicación a todos los proveedores informando de…; o solicitar a los principales clientes que nos hagan llegar… ; o analizar el volumen económico de los compromisos comerciales de la empresa para identificar proveedores/clientes de alto riesgo y emprender (o no) determinadas acciones con ellos;…o estudiar la antigüedad de algunos de nuestros acuerdos de colaboración, que hoy en día están inactivos, para decidir si hay que renovar, rescindir o modificar esos acuerdos. Cosas así… Bien, tras la exposición repasó una por una todas las acciones, y con firmeza, añadió: “bueno, a ver, lo entiendo, eh?, pero…esto no se puede, esto tampoco, esto es imposible, esto ni pensarlo…No, no se pueden hacer, no, ninguna de ellas.” Pronunciaba esas frases mientras iba tachando de una lista las diferentes opciones. Explicamos que no eran simples ocurrencias, sino que eran acciones que había que hacer para cumplir el propósito marcado por los jefes/propietarios. Y le invitamos a analizar juntos qué quería decir con su “no-se-puede”. Y es que esta reflexión es necesaria, no solo en este contexto, sino en todos los planos: personal, profesional, social, educacional, relacional, político… ¿Qué queremos decir, realmente, cuando decimos “no-se-puede”? Detrás del no-se-puede puede haber un “ufff-esto-es-políticamente-complicado”. Y es que supone un trabajo de diplomacia corporativa que a menudo produce rechazo y echa para atrás; sentarse con alguien que no nos gusta, tener conversaciones que no apetece tener, escuchar cosas que no queremos escuchar… También puede estar el miedo a los dineros; no-se-puede, entonces, es “nunca lo aprobarán, los gastos están contenidos, no se entenderá la inversión… “. Y claro, “yo quedaré expuesto o cuestionado por haberlo planteado”. Otras veces, no-se-puede tiene que ver con la pereza a entablar una batalla interna en la que sabemos que es difícil ganar, por tanto, ni lo intentamos… No-se-puede también significa que alguien no está dispuesto a exponerse o que su energía en ese momento está en otras historias. O tiene que ver con cuán reconocido se sienta alguien en la organización, o se refiere a historias del pasado que no dejaron buen sabor de boca. Y casi siempre, no-se-puede nos conecta con una emoción que, a según qué personas y por sus experiencias vitales, no les permite entrar en un campo determinado. Realmente, en cualquiera de las situaciones anteriores, lo que existe es un temor a perder el reconocimiento de los demás, a quedar señalado o invisibilizado por no estar en la corriente de la mayoría, y, en último término, una capacidad limitada a defender un espacio propio, espacio de ideas, de opiniones, de propiedad de nuestro lugar. Como siempre, un temor a no ser valorados y reconocidos desde nuestra singularidad. Esa singularidad a la que lleva la determinación y la defensa de lo que uno cree, pase lo que pase, pese a quien pese, y sabiendo asumir las renuncias que implica la batalla elegida. Por todo ello, he aquí una invitación a pensar, cuando escuchemos no-se-puede, cuántos significados puede llegar a tener esta expresión. Cuántas veces, con un simple no-se-puede, o no-puedes-hacer-eso, alguien consigue echar atrás nuestra decisión. Pero, sobre todo, cuando nosotros mismos la pronunciamos, ¿Qué estamos queriendo decir? ¿Qué renuncias hacemos? ¿Qué espacio defendemos? ¿Qué queremos decir cada vez que decimos no-se-puede?. Decía Indira Gandhi, “con el puño no se puede dar un apretón de manos”. Pues con el no-se-puede, sencillamente no se puede.