30/04/2020
Definitivamente, el trabajo en equipo está sobrevalorado. Aparece en las listas de valores de las empresas, como una de las competencias que se valoran a la hora de contratar a personas, y en todos los planes estratégicos. Como si fuera posible funcionar en una empresa sin trabajar en equipo.
Quizá valdría la pena analizar cuáles son los ingredientes, las materias primas de la que está hecho el trabajo en equipo, porque en su ausencia, realmente, ni hay trabajo ni hay equipo. Cuando queremos sacar adelante un proyecto específico, parcial, o más amplio, empresarial, vamos a necesitar una serie de ingredientes, todos están relacionados y son interdependientes; pero no todas son igual de necesarias.
En primer lugar, y no de importancia, para llevar a buen puerto un proyecto hace falta SABER. Vamos a necesitar de muchos talentos, variados y diversos. Normalmente esto suele estar dentro de las empresas; me estoy refiriendo al conocimiento técnico, el que tienen las personas sobre diferentes temas, y que, si no se tiene, solemos salir a comprarlo fuera en formato consultoría o formación. Sin embargo, en relación con el saber, conviene recordar otras circunstancias. Por ejemplo, cuando ni siquiera sabemos que, en la organización, de hecho, ya se dispone de ese conocimiento; o cuando está en manos de alguien que por muchas razones ha podido quedar invisibilizado; o cuando está encerrado en un cajón por miedo, egoísmo o desafección de las personas con la empresa. Por el contrario, en otros climas más favorables, las personas pueden sorprender con su talento y su sabiduría, no hay nada como darle a alguien la oportunidad de mostrar lo que sabe, y escuchar.
La palanca clave, el factor que va a hacer que el saber esté encima de la mesa, es la generosidad, de las personas y de la organización. De las personas, porque el conocimiento, dicen, es una de las pocas cosas que crece cuando se comparte, y de la organización, porque ésta debería hacer una redistribución lo más transparente y amplia posible del conocimiento acumulado y la información estratégica. Para construir un espacio de saber compartido, todos los que participan han de aportar pequeñas “donaciones” a lo común, por eso la generosidad es la primera clave.
La prueba de fuego en este sentido tiene que ver no solo con la transparencia y los flujos de comunicación y conocimiento, sino también con la presencia real de las personas en la parte menos atractiva del proyecto, lo que solemos llamar el trabajo sucio. Fíjese en un equipo cómo quedan distribuidas las tareas, quién busca la luz, quién no tiene interés por brillar sino por avanzar de verdad, quién está dispuesto y disponible cuando toca burocracia, tedio o trámites. En eso consiste, también, la generosidad
En segundo lugar, un proyecto necesita que se den una serie de elementos mínimos para avanzar. Es necesario PODER hacerlo. Hacen falta recursos económicos, infraestructuras, tiempo, medios tecnológicos y condiciones humanas. De inicio, seguramente vamos a sobredimensionar lo que resulta imprescindible. Después, andando el camino, vamos a ir comprendiendo que, con menos dinero, con menos personas, con instalaciones más pequeñas, con la mitad de los viajes y con una cuarta parte de reuniones, los proyectos salen adelante.
Me atrevo a decir que, en relación con el poder, el factor clave es la responsabilidad individual. Quisiera, para explicar este punto, recordar la etimología de la palabra:
El término responsabilidad tiene su origen en la palabra «responsable» que, a su vez, procede del latín «respōnsum», supino de «responderē», que significa «responder» en el sentido de «obligarse», de «comprometerse a algo».
Con esto lo que pretendo poner de manifiesto es la relativa fragilidad del compromiso que acompaña a algunos proyectos. Cuando alguien quiere sacar algo adelante, lo hace. Se hace responsable, se implica, es decir: busca alternativas, agota los recursos, da la vuelta, retrocede, toma aire, pide ayuda, inventa nuevas soluciones, aprovecha al máximo los recursos, prueba por otro camino distinto, observa su propio compromiso desde la responsabilidad de llevar a cabo la tarea. En los equipos, el trabajo colectivo suele ocultar, al principio, y mostrar, más adelante, los diferentes grados de responsabilidad individual y de compromiso real. Y siempre hay personas que empujan de forma incansable para lograr el resultado, en lugar de vigilar y criticar lo que hacen otros. La responsabilidad, aparte de ser una cualidad muy valiosa de las personas, tiene que ver con cumplir con lo que se debe a tiempo, de la mejor manera posible, y asumiendo las dificultades que van surgiendo. Aviso a navegantes: la responsabilidad individual y el compromiso con el proyecto también incluye levantar la mano ante riesgos e incumplimientos, para salvaguardar el destino y la buena marcha del proyecto. En eso consiste, también, la responsabilidad.
Y como muchos ya habrán intuido, además hace falta QUERER. Ya nos decía Einstein que la voluntad es el motor más poderoso de todos. ¿Cuántas personas que participan en un proyecto, realmente quieren estar allí? ¿Cuántas, verdaderamente, tienen el firme propósito interno de sacar aquello adelante? ¿Cuántas sienten que el proyecto les hace levantarse cada día con entusiasmo? La reflexión incluiría analizar la forma en que las personas han llegado a estar allí, y la razón por la que forman parte de ese equipo. En todos los equipos hay quien está por su saber, pero esto no garantiza el poder y el querer, otros pueden haber llegado por azar, por compromiso político interno o por deudas contraídas. Aun así, quizás andando el tiempo desarrollen la voluntad de participar con interés.
Pues bien, para el querer necesitamos conectar con el propósito. Lo que produce un vínculo más claro y fuerte de una persona con un proyecto, es el sentido que le otorga, cómo contribuye a su propio propósito. No siempre lo identificamos, pero nos damos cuenta de que nuestra presencia nos hace sentir útiles, nos conecta con nuestra motivación vital interna, nos llena, nos impulsa. No todos los proyectos tienen ese punto de transcendencia, o no siempre somos capaces de verlo, o no conecta con nuestra propia visión vital. Es como saber que uno está donde verdaderamente tiene que estar. En eso consiste, también, la voluntad. A partir de ahí permanecerá activada.
El trabajo en equipo es un mantra que funciona, sí, cuando se sabe, se puede y se quiere. Cuando se dan la generosidad, la responsabilidad, y la voluntad. De las tres, la más difícil de obtener y la más valiosa, es la voluntad. Quizá deberíamos mirar, en los inicios de los proyectos, si éstos tienen un sentido suficientemente atractivo para que las personas quieran, para que estar allí les enriquezca, les sume, les haga crecer como personas y profesionales. Quizá, antes de emprender un viaje, haya que revisar el sentido que tiene y qué le aporta esto que vamos a iniciar, y a quién. Quizá convenga comprobar que el propósito es noble y elevado, de interés común, y que despierta y atrapa, por ello, la voluntad de las personas.
Es el querer lo más difícil de obtener, y es el querer lo que mueve todo. Por eso, quizá, el trabajo en equipo sea desde el punto de vista organizativo necesario, pero nunca será suficiente. Corremos el riesgo de poner demasiado el foco en que las personas colaboren, y estén coordinadas y se comuniquen, compartan todo y hagan las cosas juntas, cuando sin duda es la responsabilidad de las personas lo que mueve un proyecto hacia adelante, y es el querer hacer, lo que consigue que se haga. Las metas establecidas deben de ser iguales para todos y conocidas por todos, pero los que más quieran serán el verdadero motor, desde su motivación interna. Ese empuje, que nace dentro de uno, no se consigue -solamente- con el trabajo en equipo.
Cada uno de nosotros somos seres únicos y singulares, y por ello complementarios. Aceptar esto, significa la amabilidad/humildad de abrirse de corazón al reconocimiento de la complementariedad, ver y dar valor a lo que el otro puede ofrecerme; y abrirse a la vulnerabilidad de mostrar la propia singularidad y a compartirla con otros, aportando a lo común, des de la humanidad compartida. Comprender que todos necesitamos de los demás, y que sin personas responsables nada sale adelante. Trabajar con generosidad, responsabilidad y voluntad, es el gran reto. Luego, si acaso, vienen los equipos y los proyectos.