No puedo más
31/05/2021
Pido a todas las personas me lean que recuerden la última vez que dijeron o pensaron que no podían más. Pido que, durante la lectura de este texto, piensen en las grandes dificultades que hayan tenido que afrontar, y en las que quizá dijeron o se dijeron “no puedo más”.
En las últimas semanas he completado el Camino Primitivo de Santiago. No es muy largo, son 340 km, pero es áspero, alta montaña y cuestas eternas de piedra que parecen casi una broma pesada. Lo completé en 13 días, de los cuales 9 fueron de lluvia intensa. De esos 9 con lluvia, 5 fueron con fuerte viento y frío. Lo hice sola.
He tenido momentos difíciles, alguno muy difícil, y momentos de disfrute que por lo escasos supieron mejor. He masticado desesperación, agotamiento, dolor físico, plenitud, superación, soledad, desafío, desconcierto, duda, esperanza e incluso risa floja. He hablado sola, sí, en voz alta. He dicho tacos, sí, sola, en voz alta. Y he sentido miedo.
He pensado “no puedo más”, sí, varias veces. En distintos momentos, situaciones, y por diferentes razones. Esta es una primera reflexión, vendrán más, las iré elaborando. Voy con ello.
Antes de nada, quiero explicar que, tal y como yo lo veo, hay distintas versiones de “no puedo más”. Hay un “no puedo más” puramente físico. Los pies no me responden. El dolor me supera. Falta mucho para llegar. Me fallan las fuerzas. Estoy agotada. Estoy empapada. Viene otra cuesta. Tengo poca energía. Me duele aquí, me duele allá. El dolor va trasladándose de lugar, como si tu cuerpo supiera que más de un dolor a la vez es complicado de gestionar. Todo esto te asalta en algún momento, y en ocasiones, varios de estos pensamientos te visitan a la vez. Hay otro “no puedo más” que es emocional. No tengo ánimo. No merece la pena. No estoy dispuesta a aceptar la renuncia que supone seguir. No tengo ninguna necesidad de hacer esto. Puedo decir que los dos tipos nacen, se gestionan y se desintegran principalmente en tu mente. Te dices a ti misma lo que quieres decirte, bloqueas el “no puedo más” o lo apartas. Es como un insecto que viene a incordiarte. Recibes una señal, ves algo en el paisaje, comes un plátano, y tu pensamiento cambia, distraes al bicho. Podemos desplazar unos pensamientos y dejar entrar otros en función de un pequeño estímulo externo. Cambia el auto-discurso y de pronto ves que llevas 10km más y no sabes cómo lo has hecho, y te dices “qué tontería, claro que puedo” y esto te dura un rato.
¿Qué puedes hacer? Es el principal “cuatrilema”. Porque solo puedes hacer cuatro cosas ante la conciencia de “no puedo más”. Y como el Camino es una metáfora de vida, aplíquese a todo lo que uno pueda o quiera aplicar…
La primera opción es retroceder. Deshacer el camino, volver al punto de salida como refugio de seguridad cuando la situación se complica. Cambiar de destino, plegar velas, y rectificar el rumbo. Ya lo intentaré en otra ocasión. Como elección de vida, bien. En el Camino de Santiago el tramo recorrido no admite vuelta atrás. Es como si el trazado se borrara, desapareciera tras tus huellas. No es una opción, tal y como yo lo entiendo y lo he conversado con otros peregrinos, algunos muy experimentados. ¿Qué te lleva a deshacer el camino andado? ¿Crees que vuelves al punto de origen siendo el mismo? ¿Qué te dices para tomar la decisión de retroceder? Nunca la contemplé. Como creo que no la he contemplado en ningún momento vital, de lo cual soy consciente ahora. Y en todo caso si regresas, no eres la misma persona que salió.
La segunda es parar. Puedes quedarte en una aldea un día/dos días/ tres días, o los que necesites para recuperarte. En ocasiones puede ser la opción más prudente o necesaria, por clima, por cansancio, por dolor, por recursos, por la razón que sea. Esto sí lo he visto, en personas que no llevaban un calendario ajustado y que decidieron parar para poder seguir. Parar suele ser sabio, aunque para parar, uno debe estar dispuesto a bajar el ritmo, y, en el Camino, a descolgarse del grupo si es que lo hay y has creado vínculos con alguien. Escucharse también puede ser la clave para parar, si hay algún indicador deberás estás abierto a verlo.
La tercera es seguir. Con todo lo que eso implica. Riesgo. Dolor. Agotamiento. Miedo. Como en la vida…Entonces habrás de preguntarte: ¿qué te mueve a seguir…? ¿Por qué decides seguir cuando no puedes más? Puede ser supervivencia, puede ser protección de algo que es más importante para ti, puede ser también una especie de instinto de comprobación, que te empuja a retar y ampliar tus límites constantemente, aun a costes muy altos, a querer poder con todo, una autosuperación con un toque casi suicida, necesidad de demostrar o demostrarte, vicio de la adrenalina, pasión por el riesgo… Y puede que no sepas lo que te empuja a ir allí, a seguir, quizá si sigues descubras lo que te llevó a seguir, el porqué y el para qué. Con frecuencia se ve un tiempo después; sí, era necesario, hacía falta seguir para comprender cosas que de otra manera nunca hubieras aprendido o descubierto.
La otra opción es rendirse. Es válida y perfecta en muchas situaciones de vida. En el Camino, rendirse sería equivalente a la opción de retroceder, llamar a alguien, volver a casa y recoger el chiringuito. Conocí a un tipo en el Camino que se rindió, volvió a casa, y no paraba de llorar y decir “no puedo”. He pensado mucho en estos días en que rendirse, en contra de lo que solemos pensar, es valiente, prudente y legítimo. En ocasiones es sabio, sensato y consciente. Rendirse es un concepto interpretable, ¿qué es rendirse para ti? ¿Aceptar los límites es rendirse? ¿Tomar una decisión que protege a uno y a los suyos es rendirse? Rendirse es personal e intransferible. Es aceptar las limitaciones, y comulgar con lo que hay. Rendirse es no esperar a que se haga todo peor. Rendirse es “someterse al dominio o voluntad de alguien o algo, dejando de oponer resistencia; fatigarse mucho o quedarse sin fuerzas.” Rendirse es tan valiente como seguir.
Puedes analizar lo que piensas y haces cuando te dices que “no puedes más”. Yo ya lo he hecho. Tomes la decisión que tomes, el Camino sigue. Puedo decir que, hasta donde yo he experimentado, siempre que piensas que “no puedes más”, siempre puedes. Al menos siempre puedes un poco más. El Camino no va a cambiar su trazado por muy agotado que estés. El tiempo va a seguir como quiera que siga; el mundo no se va a detener para que a ti se te curen las heridas. Siempre podemos más, quizá solo un poco más. Con dolor, con lágrimas, con miedo, puedes, siempre, caminar un poco más. Hasta el próximo pueblo, el próximo árbol, el próximo albergue que la vida te ponga delante.
En realidad, no tan es importante cuál de las opciones tomes. El desafío suele ser silenciar a la mente en las conversaciones durante muchos días seguidos en soledad, cuando la voz interior te dice ríndete, ya está bien, o te dice mejor retrocede, o también a dónde crees que vas, o te dice hola, soy tu límite, párate aquí, o te dice sigue caminando, sí que puedes más, pronto habrá un refugio. No suele ser posible silenciar a la mente, tan solo dejar que siga hablando y escucharla, para poder estar con todo lo que te hace ver.
Estate atento a los mensajes que el Camino te envía, escúchate para poder tomar la mejor decisión, las señales te hablan de la valentía adecuada, el nivel justo de riesgo, la prudencia necesaria, la medida de tus fuerzas físicas y tu metabolismo emocional. Escucha, para poder recibir el mensaje que a veces no dejamos entrar.
El Camino te enseña, entre otras muchas cosas, que sí puedes más, y que solo tú decides cuando no puedes más.